sábado, 22 de junio de 2013

CANCIÓN PARA LAS SEIS DE LA MAÑANA

Hoy es otro año, nuevamente mal cumplo otro cumpleaños, en la cara llevo cincuenta y uno perdidos y el frío de las seis de la mañana. Vuelvo a ser el detective  preso en su tiempo, esclavo del instante, desheredado del por-venir, del destino.  Al escribir se me sigue partiendo el corazón a pedazos y ni que decir de la memoria, es ya peor que el más difícil delos crucigramas a resolver. De pronto la luz tenue de la madrugada se extingue, se consume por una claridad donde uno cree ver fantasmas, o la realidad toma esa forma, parece que la vida esta apagada, los pasillos de la memoria son turbios, y la puerta de la verdad clava su ruido en la espalda de la mañana.

“Mi amiga imaginaria” sigue en el sur, y sé que también van a partirle el corazón si sigue en ese puerto hermoso. El amor, ella y yo lo sabemos, arrastra una cadena sombría y pesada de vehemencias heladas,  es  un frío que cabe solamente detrás de las palabras.

La veo caminar, despacio, perderse en lo que anda, fugitiva de la realidad con una tristeza que viene y va de la sombra de esta ciudad a la soledad de ese puerto. La vida en estos días es como la luz artificial, deja en nosotros el temblor silencioso de las tres parcas cuando se reflejan en las ventanas lo sé por aliento  que se queda pegado a los cristales de las ventanas o en los espejos. Cuando ellas cruzan cerca de mi, siento como si un golpe de guadaña estuviese a punto de asestarse sobre mi cabeza y un murmullo de agua triste dice mi nombre.

Los labios de “Mi amiga imaginaria”  tienen ese brillo extrañamente hermosos todavía, esos labios de hace unos años y me parece inédito el gesto de su beso a esas mujeres de cabellos rojos. Este lugar es cada vez menos tranquilo, con tanto recuerdo a cuestas, ya he perdido la serenidad del que tiene por cómplice la vida y su rutina.

Hoy sé que entonces, cuando a sus veintitantos años y mi primer saludo, comenzamos por ser sobre todo indecisos, y “Mi amiga imaginaria” salió corriendo de esta ciudad hacía la vieja Europa, se refugio en España, un país que ahora no quiere, quizá es como lo cita Vila- Matas en su libro de los Suicidios ejemplares, y “viajar es perder países”, y es que “no se conocen países sino que se van perdiendo” entre las experiencias de la vida; luego, su regreso por amor a esta país de la violencia y lo surreal, una relación  que le dolió tanto, pero que ahora ya no existe, sólo queda la tímida torpeza de aquellos días, que hoy son solamente recuerdos almacenados en la cajas de antiguas pandoras y la dificultad con que dejar las manos en el hábito infiel de nuestros vicios.

Ahora es extrañamente hermoso estar aquí, extrañando a “Mi amiga imaginaria” demasiado a menudo y decidido a seguir aquí hasta su regreso, incómodo de no sentir el peso de los días aprendiendo con su fantasma la premeditación y escribiendo en la piel de la memoria los sueños. Porque suele haber bancas donde uno se sienta a esperar lo que sabe que nunca va a llegar, calles que uno prefiere por costumbre o andenes de trenes a ninguna parte, boletos de avión que pensamos comprar pero nunca lo hacemos, boletos de autobús al mediodía que se alejan sin nosotros abordo. Y es que uno, cobardemente, se siente mejor aquí, al resguardo de lo conocido o bajo la luz de las seis de la mañana, cuando uno sabe que si se va siguiendo al amor inexistente, uno acabará por ser otro suicida ridículo más.

Sin embargo, ella reaparece en las fotografías con su sonrisa extraña e inédita, con u gesto tan hermoso para decirme hoy, que le conteste al tiempo sus preguntas, pero yo prefiero escuchar la lluvia caer y ver como se pasean las tres parcas por fuera de la casa.


viernes, 29 de marzo de 2013

EL MERCADO DEL DOLOR


¿Qué clase de Detective soy? ¿Ahora a qué muerta o a que desaparecida busco? Desde que te fuiste pareciera que desapareciste de todas partes y en das partes pareces estar. Luces y sombras inmensas para siempre encendidas, fuentes de piedra, atalayas de “La ciudad” en la que parece que siempre estaré de paso hacia la muerte misma, todos nos vamos y nadie se queda. Sólo las ciudades permaneces, a veces; tan solo “un hombre o un extranjero en todas partes”, para siempre. “La ciudad” es un maravilloso barco de piedra que avizoraron hombres antiguos, pero ahora sólo es eso, un presentimiento, una posibilidad de pasado, la ciudad parece llena de entes o de gárgolas inútiles sostenidas de su oscura existencia. Los viejos tejedores de la realidad, beben todos juntos hoy como una gran fraternidad, cantan y bailan sólo para sí mismos. La noche no cambia de lugar en “La ciudad”  en la que yo estoy, o en “El puerto” en el que tú estas, lo saben los vigías nocturnos del “Cinzano”, los de la “Barmacia” también, al igual que los de “El coyote quemado”,  y muchos antros más del puerto; también las mujeres de rostros nublados que han visto a Alejandra, los marineros de rostros mutilados. Aún la piedra escapa -igual en todas partes- al paso de la noche; o en “La Plaza Aníbal Pinto” ¿O cualquier bar de esta ciudad en ruinas? Tú escoge Alejandra, mi desaparecida o mi mueta.

En el mercado del placer donde eres cliente distinguida Alejandra, nada tiene que ver el dolor con el dolor, nada tiene que ver la desesperación con la desesperación. Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas. No hay nombres en la zona muda. Allí, según una imagen de uso, espera la muerte a sus nuevos amantes, es una acicalada reiteración hasta la repugnancia, aquí, en este gran psiquiátrico o en aquél es lo mismo, “La ciudad” y “El puerto” son lo mismo, los médicos, los sacerdotes o los políticos son lo mismo, al igual que sus entes, todos son ciudadanos y son sus estilistas, usuarios de la mezquindad; la belleza, sólo ellos la dosifican, la domestican, la encarecen porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora.

Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que no me retracto, todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas y éste no es más que otro modo de viciarlas. “En el mercado del dolor”, o en “La estación terminal”, quizá los médicos no sean más que sabios del fracaso, y la muerte es la niña de sus ojos, un querido problema que la ciencia no resuelve con soluciones parciales, esto es, diferir de su nódulo insoluble, sellando una tartamudez al empezar este discurso. Puede que sea yo, de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación. Me hundiré en el duelo de mí mismo, pero cuidando de mantener ciertas formas como ahora en esta consulta con la mañana. Quiero morir (de tal o cual manera), ese es ya un verbo descompuesto y absurdo, que va, diré luego, razonablemente, evidentemente fuera del lenguaje, en esa zona muda, donde unos nombres que no alcanzan a ser mencionados, arden, cuando ya uno, qué alivio, está muerto, olvidado en su lejana ciudad, ojalá  previamente de sí mismo, esa cosa muerta que existe en el lenguaje y que es su presupuesto. ¿Alejandra tú eres solo lenguaje, o sólo una posibilidad de encontrar una verdad a la vida?

Invoco en la consulta al Dios de lo no creado, pero sabiendo que se trata de otra ficción más sobre la unión de la realidad y de lo onírico, de los comentarios de peso y de prólogos superfluos. Soy un muerto al que le quedan algunos meses de pesadilla, y tendría que aprender para dolerse menos de sí mismo, desesperarse y morir, un lenguaje limpio que sólo fuera accesible más allá de las matemáticas, o de especialistas de una ciencia imposible e igualmente válida, a un lenguaje como un cuerpo operado de todos sus órganos que viviera una fracción de segundo, a la manera del resplandor, y que hablara lo mismo de la felicidad que de la desgracia o del dolor que del placer, con una sonriente desesperación, pero esto es ya decir una mera obviedad con el apoyo de una figura retórica, mis palabras no pueden obviamente atravesar la barrera de ese lenguaje desconocido ante el cual soy como un humano más, llamado así por los seres terrestres al interpretar el lenguaje humano. Pero no, soy e detective de la historia, él que te busca en tu desaparición, o él que no quiere encontrar tu cadáver. Ambas cosas serán un fracaso al final para mí.

Habría que hablar de la felicidad de morir en alguna inasible forma de esas que acompañaron a la inocencia, al orgasmo de la masturbación mental, a todos y a cada uno de los momentos que importaron a la memoria con impresiones desaforadas. Cuando en el primer flujo - mucho más místico que la primera comunión -.

A la hora de la muerte, pensaré en Alejandra, ella no era una persona sino su imagen, una amiga imaginaria, el resplandor irreal de esa criatura que si vivió, pero lo hizo para otros, por supuesto. La masa encefálica de mi pensamiento va diluyéndose para mi en Alejandra, la otra amiga imaginaria, para el tiempo de los demás es sólo una imagen irreal, que cruzo por sus vidas sin dejar más que el rastro de su resplandor en la memoria. Eso era la muerte, y la muerte advino y devino con estúpidos medicuchos del mercado del dolor, que le hacen click, a la máquina de memorizar, esa repugnante devoradora acicalada en preguntas como: ¿ésta tu poesía aquí Alejandra? En suma, es la muerte el sueño de la letra, donde toda incomodidad tiene su asiento en la cárcel de tu ser, que te privaba del otro nombre del amor, escrito silenciosamente en el muro o en figuras obscenas untadas al vómito.

Tu vida – es otra palabra –, se deslizó sin haberse podido engrupir en lo existente, para detenerse en lo pasajero, para hundir el rostro feliz en el comedero, golpear por un asilo nocturno el amor como con una piedra a la muerte, fue la noche la que se disfrazó de mujer, y en el altillo de una casa de azotea, para ti Alejandra,  sólo soy la sombra, el humo y la nada, porque ya no me podías desenamorar, hacía tiempo que ya eras la dueña de mis pensamientos, y yo solo, sólo hacia los enredos en mi pensamiento, pero también solo, estaba temblando de placer al perder la vida bajo una claraboya con telarañas.

El amanecer lo tenemos que reconstituir a solas ahora también, y ese momento es el dueño de la casa, es la muerte y no otra cosa, es esa nada, ese humo, esa sombra de darte el placer, de ser la muerte y de unirte a ella como los labios de Freud que se besan a sí mismos.

lunes, 25 de marzo de 2013


APARICIONES Y DESAPARICIONES INSTANTÁNEAS

Hay dos mundos en esta vida: “ el de los cuerdos “ y “el de los menos cuerdos”; por un tiempo se puede gozar de ambos, pero con el tiempo, eso no tiene sentido. Porque duele separarse del mundo que uno ama, de los humanos que uno ama, los cuales no son muchos: el hijo y los dos amigos que aún me quedan.

Es como un ritual, que se practica, cuando después de la fiesta, todo mundo se ha quedado dormido; uno inicia la despedida entonces, te levantasen en un silencio casi total, buscas las escasas cosas que llevaste las tomas, en absoluto silencio, lo que esta encima de ellos, nadie debe percibirte, uno asemeja a un ladrón, luego buscas la llave, para abrir y salir; luego, volver a cerrar, deslizas la llave bajo la puerta y partes, olvidado de todos los demás que han quedado sumergido en absoluto sueño; ellos, seguramente seguirán la fiesta al despertar, y quizá, hasta pregunten por ti, pero te irán olvidando poco a poco también, y es que ellos están sanos y uno esta enfermo de soledad.

Yo me engento con los humanos (agorafobia, creo que le llaman), al poco rato ya no sé porque estoy ahí; ni que maldita suerte me condujo a ese espacio… Así que mejor me alejo, me refugio en mi caparazón de solitario empedernido. Para que a ellos, yo ya no les duela, deberé alejarme, poco a poco de los sanos a quienes no puedo seguir unido. Pero de alguna maldita manera, seguiré unido a ellos hasta la muerte, separadamente estarán ellos unidos también al enfermo; cabe una creciente complicidad que en nada se parece a la amistad o el amor, esas absurdas mitologías que dan sus últimos frutos a unos pasos del hacha. 

Todo termina en el país de los cuerdos,  dicen ellos: “todo lo que comienza tiene que terminar”, pero yo no estoy seguro, porque todo l que h terminado en i vida, de alguna forma sigue conmigo, como en una especie de mundo paralelo; sólo para ellos, todo se acaba tarde o temprano, también estos brazos que tiende el crepúsculo, un hilo -el de la voz-, soplo que apenas brota, pero incisivamente de una fuente: la duda. El bello aparecer de este lucero. ¿El del amanecer? ¿El del atardecer? ¿Abre el día o lo cierra? Bajo la ducha fría de la razón, una estrella se apaga absurdamente, la comparto contigo. Las estrellas que viste nacer a mediodía, estaban muertas desde hace cien años. Tú, sólo hiciste el amor con una luz, y olfateaste la ausencia en todos los ramos de las magnolias que sostenían la tristeza de los seres que ignoran que están muertos. Resuena un timbre en El Hotel de la desdicha, tragas y escupes desde esta boca de sombras el ocaso de la noche que termina en tu ausencia, lo cual es lo mismo que las penumbras: apariciones y desapariciones instantáneas.

No sé en qué sentido hemos hablado de todo. ¿Era la duda el tema que nos hizo vestirnos justo en la hora convenida para salir de aquí, en distintas direcciones, o es la duda la que me detuvo para verte? El esfuerzo ha sido inútil, tú no tienes más miradas de amor que las que sientes por esos seres sangrantes de cada veintiocho días, y si volvías la ciudad, no era para verme, sólo era para decirme adiós, antes de que bajaras por  la escalera.

Hoy, sólo queda una fotografía como recuerdo de aquél hotel, donde Vila-Matas conoció el aroma de la pólvora en El mal de Montano: Tú estas hermosa como siempre, sentada en la terraza del Hotel Bringthon, sonriendo a la cámara, cruzando la pierna, sonriendo, mientras dices salud con un pizco-sawer. A tus espaldas, El puerto era iluminado por miles de luciérnagas que se multiplicaban al reflejarse en la piel del mar.

martes, 12 de febrero de 2013

MIS DÍAS JUNTO A MI AMIGA IMAGINARIA


Cuando conocí a mi Amiga imaginaria, ella ya ardía en las llamas del lenguaje y comenzaba a confundirse entre mis palabras, cada una parecía llevarme a su nombre, a su rostro, a su reflejo en el espejo, siempre hermosamente desnuda caminaba por las marquesinas de los edificios de la vida, no le importaba su desaliño, y su belleza brillaba aún más en los sitios iluminados. Esta palabras serán, ya lo veo, la última imagen de mi Amiga imaginaria, es nuestra despedida en la elegía del sanatorio llamado La casa de salud, en la puerta de su habitación El pabellón 18. Nuestra locura alenta la vida que corre entre la multitud de los días, nuestra impotencia cifra en ella nuestra última esperanza. Pensábamos que el tiempo no tendría precio, que se nos iba a ir pasando sin cobrarnos boleto alguno. La  vida sería tan sólo una transición ligera hacia los años venideros. Llegar al futuro era sólo por llegar, todo lo íbamos a resolver en el ahora, teníamos la vida por delante y aunque lo mejor era no precipitarse, siempre terminábamos bajo los designios del destino al que no podíamos escapar.

No sé por dónde empezar para que no se me escape nada, aún están en mi mente las gentes, las cosas amontonadas, el recuerdo tienen algo de asfixiante y  también, de cosas comparables a las comida que se enfría por estar más concentrados en una platica estéril; los recuerdos son frases enteras o adjetivos de una pequeña obra casi maestra que aún no se escribe, y sobre la cuál, pasaran cada uno de esos días que transcurren a su lado hasta que se marche o hasta que me abandone; estas palabras son sólo la impaciencia de no poder estar junto a ella, es mi cansancio, mi animadversión a la ferocidad y el egoísmo por el cual es arrancada de mi lado.

Cuando me empiezan a doler los pensamientos, prefiero la cama a cualquier otra cosa incluyendo para la poesía, y al hablar de mi Amiga imaginaria, no puedo hacerlo de otra forma que con  poesía; así que voy a decir todo lo de esta noche, que no fue otra cosa que la poesía, y la poesía era ella: mi Amiga imaginaria. Entretanto, no insistan en que un tipo como yo, de casi quinientos años, duerma apoyando mis palabras en su hombro, en su lastima, para entretener otro poco el tiempo y otro poco la vida. Yo solamente estoy aquí  por mi Amiga imaginaria, no por ustedes.

Al pabellón le sobran escenas como éstas, que Thomas Bernhard ya había dicho cuando se encontró con el primo de Wittgenstein en otro sanatorio: “la cara de la soledad es triste en estos lugares”, no importa que me sonría con la tuya, o con una máscara como la tuya, en estas hojas blancas en que quizá escondan la obra maestra de la locura, que en la noche se improvisa, algo así como una moral, una paciencia y hasta lo que llaman amor; nada podría de todo eso brotar, la tierra esta caliente, ha sido removida por huracanes, ciclones y hay un agujero en la atmosfera, por ahí se mete la radiación que nos va matando la piel poco a poco, como el amor; sobre la vida esta la muerte  y pasa y repasa este mundo con sus pie; se acumulan los restos a la espera de mis adjetivos, obscenos bultos en un mar de papeles, en fin, algo como renunciar a este tipo de viajes.

Me parece llegar a la edad más ingrata, me parece recordar el momento presente: no eres tú la muchacha que conocí hace unos años ni la que se marcha en circunstancias de querer olvidar y que yo prefiero no olvidar. Por el contrario, ¿nunca hicimos el amor? Una y mil veces, se diría, y para el caso es lo mismo: te reemplazaron hasta en eso como una sombra que borrara a otra, ¿y tu virginidad? El colmo del absurdo no te defiende ahora de parecer agotada. En realidad recuerdo que nos despedimos aquí, pero no puedo precisar, en que sueño, o cómo ocurrió la despedida, en qué sentido tus manos me revuelven el pelo y yo arrastro tu equipaje y me insinúas que te regale un abrigo negro, ese con el que te verán caminar por todos los sueños. A los ojos de la gente no distingo mis ojos sino para mirarles desde una especie de ultratumba somos una pareja un poco desafiante y acostumbrada a esto en su Estación Terminal, un blanco y una negra contra la que, en cualquier momento, alguien arroja una sonrisa estúpida y eso es sólo el comienzo de una pedrada con la cual trataran de lapidar tu recuerdo.

Tomo tu cara triste entre mis manos de egoísta consumado, y me vuelvo a enamorar de tus rasgos de santa y demonio. Sueño tanto contigo, los párpados me pesan, pero sueño: soy quién se sienta en la banqueta a esperar un taxi que lo lleve hasta la hora de su juicio, en el que seguramente, se logra juzgar la cordura, o bien ponerse en movimiento y los va exasperando lentamente. Tu última imagen es quizá con el pelo enmarañado, esta también la falta de sentimientos profundos, me encuentro en algo parecido a la pobreza, en cambio, tú no sientes nada, o bien, sientes una despreocupada afinidad, la risa de juntar pedazos de tranquilidad menguada con Criadex y la imbecilidad de tus alumnos, serios candidatos a la  educación de la ignorancia que se profesa en este paisito.

El espejo que se guarda bajo de la almohada es para soñar con quién se quiera, y tu duermes con uno donde ella una vez se reflejo; esas son tus visitas a la que te arrojo en un  vuelo apresurado hasta aquí nuevamente, fue la que te hizo volar, o te mando a hacerlo, ahora estas abandonada, y gracias al espejo le sueñas, esas son tus penas de amor, y qué bueno, por que la que sufre tantas penas de amor  se llena de hijos inexistentes, y son llamados recuerdos no vividos.

Yo, ya no estoy en edad de soportarme en este trance ni los bolsillos vacíos ni la efusión sentimental son cosas de mi agrado, hasta leyendo mis propios versos más o menos románticos bostezo y se me dormiría la mano si tuviera que escribirlos; por lo pronto, me despido de mi amiga imaginaria, y sólo es un hasta luego y es el mejor refrendo para reunirnos mañana, digamos en la madrugada.

lunes, 28 de enero de 2013


LO QUE MÁS ME PREOCUPA DE LA MUERTE

Alejandra piensa que la muerte es un hecho de la vida y estoy de acuerdo con ello, de todas las etapas del hombre, la muerte tiene que ser la mejor. La muerte y el miedo a morir son absurdos temores del que no ha hecho nada; son como una cruz y una raya en un cuaderno, cuando ya no se puede pronosticar el día y la hora sobre lo que uno quiera hacer. Hay una fea probabilidad de que el miedo a morir y la desesperación de la muerte sean normalmente inseparables como la uña y la carne. Pensemos en esa realidad, donde el ser se capta con su sentido original; a ello es a lo que Heidegger llama el “Dasein”, esa palabra alemana que por ser  difícilmente traducible, se suele transcribir en todos los idiomas de forma igual y que significa “ser-ahí”. No sé el porqué, de pronto nos interesan estos temas tan filosóficos y llenos de lo misterios del hombre. Como en aquella reunión con un maestro de música en la casa de otro conocido pianista, que a veces veo maniático y enfermo compulsivo como la mayoría de los músicos.

– En definitiva, dice Alejandra, se refiere al hombre como “arrojado a la existencia”, ser que existe en el mundo y actúa sobre las cosas; el sentido de instrumentos del Dasein, descubre, la fatalidad de su ser. El Dasein aparece inexplicablemente en la realidad, sobrenada durante su vida en el poder-no-ser, esto es, suspendido sobre la nada, y, entre sus muchas y fortuitas posibilidades, sólo una es necesaria: La muerte. El Dasein es un “ser para la muerte”: Sein zum Tode. Todos nos quedamos callados ante el razonamiento de Alejandra, luego, dijimos salud y nos despedimos.

Recuerdo a mis hermanos en otros años, ahora están bien muertos al igual que mi madre, y recuerdo a los amigos que yacen igual, todos ellos quién sabe ahora donde habitaran, pero o fueron cremados o están enterrados bajo tierra. Mientras pienso en mi muertos pienso que todos, en ciertas ocasiones hemos huido de la noche, de su realidad y del hospital que es esta vida sin más salvoconducto que el que se daría a un condenado en el infierno, nos dejamos caer en casas de amigos y amigas, y aunque que no comparten su amor con nosotros, por algo nos reciben, algo así como su conocimiento de saber que somos los próximos condenados a muerte. Hoy mis amigas que son condenadamente bellas, exigen con argumentos propios que las parejas con que salgan estén exentos de la locura, y eso es un imposible, pues si no estamos locos, siempre tenemos un pie cerca del suicidio o de la muerte.

Hoy, sabiendo esto, nadie me recibiría en sus casas como un huésped estable. Me parece ver cómo al final de estas conversaciones imposibles con Alejandra seré reconducido como alguien que anda con su amiga imaginaria a todas partes. Un día de estos, me ingresaran al pabellón 18 y moriré, sólo hasta que este muerto ya no me darán de lata estas ideas, ni Heidegger y su “Dasein”. Por si las dudas y la muerte me sorprende, dejo este mensaje a mi amiga imaginaria o a Alejandra que para el caso son lo mismo:

Alejandra: cuando leas estas, puedes estar segura que sigo aquí, vivo; como un imbécil más en el mundo esperando la muerte. Si quieres, me puedes imaginar como a un león o cualquier felino o animal en cautiverio, no paseando de un lado al otro de su encierro, sino tumbado en el centro de su esclavitud.

Si ves mi mirada fijamente, un poco más adentro de la tristeza que de ellos emana, puedes apreciar que aún hay algo salvaje en mí, aún puedes percibir cierta ferocidad; si me incorporo y voy hacía a ti, ten miedo, corre lo más rápido que puedas, porque puedes estar segura de que si te alcanzo voy a devorar tu corazón.

O me puedes ver aquí, sencillamente como un gatito sobre la cama, en calma, acaríciable; y entonces, me llamas por mi nombre: ¡Marco! ¡Marco!... pero Marco no responde, hace horas que se ha quedo dormido, tieso, muerto.

Lo que más me preocupa de la muerte no es morir, creo que uno se muere y ya, no siente nada, no hay nada, será como entrar a un gran silencio oscuro y nada más; me pueden quemar, me pueden enterrar o partirme en mil pedacitos sin cuidado alguno, al fin y al cabo, ya no sentiré nada. Ni el paraíso ni el infierno me importan, porque bien sé que nada existe, uno se muere y ya. No pasa nada, quédense tranquilos. Es aquí, donde bien les puedo decir, que lo único que me preocupa de la muerte, son ustedes; eres tú, quién quizá esta leyendo estas palabras huecas; me preocupas porque te quedarás con este montón de nada, te quedaras sin este estorbo. Quiero que sepas, sin embargo, que todas las noches, he dormido a tu lado sin que lo sepas. Y a pesar de los miles de disgustos que te he dado, debo decirte que aún las discusiones más inútiles, las conversaciones más insulsas, siempre fueron algo espléndido contigo y ya ni que decir de los ratos buenos.

Pero nunca te dije esto, nunca pude expresarte esto, estas difíciles e inútiles palabras, esta molesta expresión que nunca, nunca te he dicho ni antes te quise decir y nunca debí decírtelo porque equivale a tu alejamiento, a tu perdida; pero ahora lo puedo decir, ahora al borde de la muerte puedo hacerlo: Te amo.