viernes, 29 de marzo de 2013

EL MERCADO DEL DOLOR


¿Qué clase de Detective soy? ¿Ahora a qué muerta o a que desaparecida busco? Desde que te fuiste pareciera que desapareciste de todas partes y en das partes pareces estar. Luces y sombras inmensas para siempre encendidas, fuentes de piedra, atalayas de “La ciudad” en la que parece que siempre estaré de paso hacia la muerte misma, todos nos vamos y nadie se queda. Sólo las ciudades permaneces, a veces; tan solo “un hombre o un extranjero en todas partes”, para siempre. “La ciudad” es un maravilloso barco de piedra que avizoraron hombres antiguos, pero ahora sólo es eso, un presentimiento, una posibilidad de pasado, la ciudad parece llena de entes o de gárgolas inútiles sostenidas de su oscura existencia. Los viejos tejedores de la realidad, beben todos juntos hoy como una gran fraternidad, cantan y bailan sólo para sí mismos. La noche no cambia de lugar en “La ciudad”  en la que yo estoy, o en “El puerto” en el que tú estas, lo saben los vigías nocturnos del “Cinzano”, los de la “Barmacia” también, al igual que los de “El coyote quemado”,  y muchos antros más del puerto; también las mujeres de rostros nublados que han visto a Alejandra, los marineros de rostros mutilados. Aún la piedra escapa -igual en todas partes- al paso de la noche; o en “La Plaza Aníbal Pinto” ¿O cualquier bar de esta ciudad en ruinas? Tú escoge Alejandra, mi desaparecida o mi mueta.

En el mercado del placer donde eres cliente distinguida Alejandra, nada tiene que ver el dolor con el dolor, nada tiene que ver la desesperación con la desesperación. Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas. No hay nombres en la zona muda. Allí, según una imagen de uso, espera la muerte a sus nuevos amantes, es una acicalada reiteración hasta la repugnancia, aquí, en este gran psiquiátrico o en aquél es lo mismo, “La ciudad” y “El puerto” son lo mismo, los médicos, los sacerdotes o los políticos son lo mismo, al igual que sus entes, todos son ciudadanos y son sus estilistas, usuarios de la mezquindad; la belleza, sólo ellos la dosifican, la domestican, la encarecen porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora.

Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que no me retracto, todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas y éste no es más que otro modo de viciarlas. “En el mercado del dolor”, o en “La estación terminal”, quizá los médicos no sean más que sabios del fracaso, y la muerte es la niña de sus ojos, un querido problema que la ciencia no resuelve con soluciones parciales, esto es, diferir de su nódulo insoluble, sellando una tartamudez al empezar este discurso. Puede que sea yo, de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación. Me hundiré en el duelo de mí mismo, pero cuidando de mantener ciertas formas como ahora en esta consulta con la mañana. Quiero morir (de tal o cual manera), ese es ya un verbo descompuesto y absurdo, que va, diré luego, razonablemente, evidentemente fuera del lenguaje, en esa zona muda, donde unos nombres que no alcanzan a ser mencionados, arden, cuando ya uno, qué alivio, está muerto, olvidado en su lejana ciudad, ojalá  previamente de sí mismo, esa cosa muerta que existe en el lenguaje y que es su presupuesto. ¿Alejandra tú eres solo lenguaje, o sólo una posibilidad de encontrar una verdad a la vida?

Invoco en la consulta al Dios de lo no creado, pero sabiendo que se trata de otra ficción más sobre la unión de la realidad y de lo onírico, de los comentarios de peso y de prólogos superfluos. Soy un muerto al que le quedan algunos meses de pesadilla, y tendría que aprender para dolerse menos de sí mismo, desesperarse y morir, un lenguaje limpio que sólo fuera accesible más allá de las matemáticas, o de especialistas de una ciencia imposible e igualmente válida, a un lenguaje como un cuerpo operado de todos sus órganos que viviera una fracción de segundo, a la manera del resplandor, y que hablara lo mismo de la felicidad que de la desgracia o del dolor que del placer, con una sonriente desesperación, pero esto es ya decir una mera obviedad con el apoyo de una figura retórica, mis palabras no pueden obviamente atravesar la barrera de ese lenguaje desconocido ante el cual soy como un humano más, llamado así por los seres terrestres al interpretar el lenguaje humano. Pero no, soy e detective de la historia, él que te busca en tu desaparición, o él que no quiere encontrar tu cadáver. Ambas cosas serán un fracaso al final para mí.

Habría que hablar de la felicidad de morir en alguna inasible forma de esas que acompañaron a la inocencia, al orgasmo de la masturbación mental, a todos y a cada uno de los momentos que importaron a la memoria con impresiones desaforadas. Cuando en el primer flujo - mucho más místico que la primera comunión -.

A la hora de la muerte, pensaré en Alejandra, ella no era una persona sino su imagen, una amiga imaginaria, el resplandor irreal de esa criatura que si vivió, pero lo hizo para otros, por supuesto. La masa encefálica de mi pensamiento va diluyéndose para mi en Alejandra, la otra amiga imaginaria, para el tiempo de los demás es sólo una imagen irreal, que cruzo por sus vidas sin dejar más que el rastro de su resplandor en la memoria. Eso era la muerte, y la muerte advino y devino con estúpidos medicuchos del mercado del dolor, que le hacen click, a la máquina de memorizar, esa repugnante devoradora acicalada en preguntas como: ¿ésta tu poesía aquí Alejandra? En suma, es la muerte el sueño de la letra, donde toda incomodidad tiene su asiento en la cárcel de tu ser, que te privaba del otro nombre del amor, escrito silenciosamente en el muro o en figuras obscenas untadas al vómito.

Tu vida – es otra palabra –, se deslizó sin haberse podido engrupir en lo existente, para detenerse en lo pasajero, para hundir el rostro feliz en el comedero, golpear por un asilo nocturno el amor como con una piedra a la muerte, fue la noche la que se disfrazó de mujer, y en el altillo de una casa de azotea, para ti Alejandra,  sólo soy la sombra, el humo y la nada, porque ya no me podías desenamorar, hacía tiempo que ya eras la dueña de mis pensamientos, y yo solo, sólo hacia los enredos en mi pensamiento, pero también solo, estaba temblando de placer al perder la vida bajo una claraboya con telarañas.

El amanecer lo tenemos que reconstituir a solas ahora también, y ese momento es el dueño de la casa, es la muerte y no otra cosa, es esa nada, ese humo, esa sombra de darte el placer, de ser la muerte y de unirte a ella como los labios de Freud que se besan a sí mismos.

lunes, 25 de marzo de 2013


APARICIONES Y DESAPARICIONES INSTANTÁNEAS

Hay dos mundos en esta vida: “ el de los cuerdos “ y “el de los menos cuerdos”; por un tiempo se puede gozar de ambos, pero con el tiempo, eso no tiene sentido. Porque duele separarse del mundo que uno ama, de los humanos que uno ama, los cuales no son muchos: el hijo y los dos amigos que aún me quedan.

Es como un ritual, que se practica, cuando después de la fiesta, todo mundo se ha quedado dormido; uno inicia la despedida entonces, te levantasen en un silencio casi total, buscas las escasas cosas que llevaste las tomas, en absoluto silencio, lo que esta encima de ellos, nadie debe percibirte, uno asemeja a un ladrón, luego buscas la llave, para abrir y salir; luego, volver a cerrar, deslizas la llave bajo la puerta y partes, olvidado de todos los demás que han quedado sumergido en absoluto sueño; ellos, seguramente seguirán la fiesta al despertar, y quizá, hasta pregunten por ti, pero te irán olvidando poco a poco también, y es que ellos están sanos y uno esta enfermo de soledad.

Yo me engento con los humanos (agorafobia, creo que le llaman), al poco rato ya no sé porque estoy ahí; ni que maldita suerte me condujo a ese espacio… Así que mejor me alejo, me refugio en mi caparazón de solitario empedernido. Para que a ellos, yo ya no les duela, deberé alejarme, poco a poco de los sanos a quienes no puedo seguir unido. Pero de alguna maldita manera, seguiré unido a ellos hasta la muerte, separadamente estarán ellos unidos también al enfermo; cabe una creciente complicidad que en nada se parece a la amistad o el amor, esas absurdas mitologías que dan sus últimos frutos a unos pasos del hacha. 

Todo termina en el país de los cuerdos,  dicen ellos: “todo lo que comienza tiene que terminar”, pero yo no estoy seguro, porque todo l que h terminado en i vida, de alguna forma sigue conmigo, como en una especie de mundo paralelo; sólo para ellos, todo se acaba tarde o temprano, también estos brazos que tiende el crepúsculo, un hilo -el de la voz-, soplo que apenas brota, pero incisivamente de una fuente: la duda. El bello aparecer de este lucero. ¿El del amanecer? ¿El del atardecer? ¿Abre el día o lo cierra? Bajo la ducha fría de la razón, una estrella se apaga absurdamente, la comparto contigo. Las estrellas que viste nacer a mediodía, estaban muertas desde hace cien años. Tú, sólo hiciste el amor con una luz, y olfateaste la ausencia en todos los ramos de las magnolias que sostenían la tristeza de los seres que ignoran que están muertos. Resuena un timbre en El Hotel de la desdicha, tragas y escupes desde esta boca de sombras el ocaso de la noche que termina en tu ausencia, lo cual es lo mismo que las penumbras: apariciones y desapariciones instantáneas.

No sé en qué sentido hemos hablado de todo. ¿Era la duda el tema que nos hizo vestirnos justo en la hora convenida para salir de aquí, en distintas direcciones, o es la duda la que me detuvo para verte? El esfuerzo ha sido inútil, tú no tienes más miradas de amor que las que sientes por esos seres sangrantes de cada veintiocho días, y si volvías la ciudad, no era para verme, sólo era para decirme adiós, antes de que bajaras por  la escalera.

Hoy, sólo queda una fotografía como recuerdo de aquél hotel, donde Vila-Matas conoció el aroma de la pólvora en El mal de Montano: Tú estas hermosa como siempre, sentada en la terraza del Hotel Bringthon, sonriendo a la cámara, cruzando la pierna, sonriendo, mientras dices salud con un pizco-sawer. A tus espaldas, El puerto era iluminado por miles de luciérnagas que se multiplicaban al reflejarse en la piel del mar.