MIS DÍAS JUNTO A MI AMIGA IMAGINARIA
Cuando conocí a mi Amiga
imaginaria, ella ya ardía en las llamas del lenguaje y comenzaba a
confundirse entre mis palabras, cada una parecía llevarme a su nombre, a su
rostro, a su reflejo en el espejo, siempre hermosamente desnuda caminaba por las
marquesinas de los edificios de la vida, no le importaba su desaliño, y su
belleza brillaba aún más en los sitios iluminados. Esta palabras serán, ya lo
veo, la última imagen de mi Amiga
imaginaria, es nuestra despedida en la elegía del sanatorio llamado La casa de salud, en la puerta de su
habitación El pabellón 18. Nuestra
locura alenta la vida que corre entre la multitud de los días, nuestra
impotencia cifra en ella nuestra última esperanza. Pensábamos que el tiempo no
tendría precio, que se nos iba a ir pasando sin cobrarnos boleto alguno. La vida sería tan sólo una transición ligera hacia los años venideros. Llegar
al futuro era sólo por llegar, todo lo íbamos a resolver en el ahora, teníamos
la vida por delante y aunque lo mejor era no precipitarse, siempre terminábamos
bajo los designios del destino al que no podíamos escapar.
No sé por dónde empezar para
que no se me escape nada, aún
están en mi mente las gentes, las cosas amontonadas, el recuerdo tienen algo de
asfixiante y también, de cosas
comparables a las comida que se enfría por estar más concentrados en una
platica estéril; los recuerdos son frases enteras o adjetivos de una pequeña
obra casi maestra que aún no se escribe, y sobre la cuál, pasaran cada uno de
esos días que transcurren a su lado hasta que se marche o hasta que me abandone;
estas palabras son sólo la impaciencia de no poder estar junto a ella, es mi
cansancio, mi animadversión a la ferocidad y el egoísmo por el cual es
arrancada de mi lado.
Cuando me empiezan a doler
los pensamientos, prefiero la
cama a cualquier otra cosa incluyendo para
la poesía, y al hablar de mi Amiga
imaginaria, no puedo hacerlo de otra forma que con poesía; así que voy a decir todo lo de esta
noche, que no fue otra cosa que la poesía, y la poesía era ella: mi Amiga imaginaria. Entretanto, no
insistan en que un tipo como yo, de casi quinientos años, duerma apoyando mis
palabras en su hombro, en su lastima, para entretener otro poco el tiempo y
otro poco la vida. Yo solamente estoy aquí
por mi Amiga imaginaria, no
por ustedes.
Al pabellón le sobran escenas
como éstas, que Thomas Bernhard ya había dicho cuando se encontró con el primo
de Wittgenstein en otro sanatorio: “la cara de la soledad es triste en estos
lugares”, no importa que me sonría con la tuya, o con una máscara como la tuya,
en estas hojas blancas en que quizá escondan la obra maestra de la locura, que
en la noche se improvisa, algo así como una moral, una paciencia y hasta lo que
llaman amor; nada podría de todo
eso brotar, la tierra esta caliente, ha sido removida por huracanes, ciclones y
hay un agujero en la atmosfera, por ahí se mete la radiación que nos va matando
la piel poco a poco, como el amor; sobre la vida esta la muerte y pasa y repasa este mundo con sus pie; se
acumulan los restos a la espera de mis adjetivos, obscenos bultos en un mar de papeles, en
fin, algo como renunciar a este tipo de viajes.
Me parece llegar a la edad
más ingrata, me parece recordar el momento presente: no eres tú la muchacha que
conocí hace unos años ni la que se marcha en circunstancias de querer olvidar y
que yo prefiero no olvidar. Por el contrario, ¿nunca hicimos el amor? Una y mil
veces, se diría, y para el caso es lo mismo: te reemplazaron hasta en eso como
una sombra que borrara a otra, ¿y tu virginidad? El colmo del absurdo no te
defiende ahora de parecer agotada. En realidad recuerdo que nos despedimos
aquí, pero no puedo precisar, en que sueño, o cómo ocurrió la despedida, en qué
sentido tus manos me revuelven el pelo y yo arrastro tu equipaje y me insinúas
que te regale un abrigo negro, ese con el que te verán caminar por todos los
sueños. A los ojos de la gente no distingo mis ojos sino para mirarles desde
una especie de ultratumba somos una pareja un poco desafiante y acostumbrada a
esto en su Estación Terminal, un blanco y una negra contra la que, en cualquier momento,
alguien arroja una sonrisa
estúpida y eso es sólo el comienzo de una pedrada con la cual trataran de
lapidar tu recuerdo.
Tomo tu cara triste entre mis
manos de egoísta consumado, y me vuelvo a enamorar de tus rasgos de santa y
demonio. Sueño tanto contigo, los párpados me pesan, pero sueño: soy quién se
sienta en la banqueta a esperar un taxi que lo lleve hasta la hora de su juicio,
en el que seguramente, se logra juzgar la cordura, o bien ponerse en movimiento
y los va exasperando lentamente. Tu última imagen es quizá con el pelo
enmarañado, esta también la falta de sentimientos profundos, me encuentro en
algo parecido a la pobreza, en cambio, tú no sientes nada, o bien, sientes una
despreocupada afinidad, la risa de juntar pedazos de tranquilidad menguada con Criadex y la imbecilidad de tus alumnos,
serios candidatos a la educación de la
ignorancia que se profesa en este paisito.
El espejo que se guarda bajo
de la almohada es para soñar con quién se quiera, y tu duermes con uno donde
ella una vez se reflejo; esas son tus visitas a la que te arrojo en un vuelo apresurado hasta aquí nuevamente, fue
la que te hizo volar, o te mando a hacerlo, ahora estas abandonada, y gracias
al espejo le sueñas, esas son tus penas de amor, y qué bueno, por que la que
sufre tantas penas de amor se llena de
hijos inexistentes, y son llamados recuerdos no vividos.
Yo, ya no estoy en edad de
soportarme en este trance ni los bolsillos vacíos ni la efusión sentimental son
cosas de mi agrado, hasta leyendo mis propios versos más o menos románticos
bostezo y se me dormiría la mano si tuviera que escribirlos; por lo pronto, me
despido de mi amiga imaginaria, y sólo es un hasta luego y es el mejor refrendo
para reunirnos mañana, digamos en la madrugada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario