martes, 12 de febrero de 2013

MIS DÍAS JUNTO A MI AMIGA IMAGINARIA


Cuando conocí a mi Amiga imaginaria, ella ya ardía en las llamas del lenguaje y comenzaba a confundirse entre mis palabras, cada una parecía llevarme a su nombre, a su rostro, a su reflejo en el espejo, siempre hermosamente desnuda caminaba por las marquesinas de los edificios de la vida, no le importaba su desaliño, y su belleza brillaba aún más en los sitios iluminados. Esta palabras serán, ya lo veo, la última imagen de mi Amiga imaginaria, es nuestra despedida en la elegía del sanatorio llamado La casa de salud, en la puerta de su habitación El pabellón 18. Nuestra locura alenta la vida que corre entre la multitud de los días, nuestra impotencia cifra en ella nuestra última esperanza. Pensábamos que el tiempo no tendría precio, que se nos iba a ir pasando sin cobrarnos boleto alguno. La  vida sería tan sólo una transición ligera hacia los años venideros. Llegar al futuro era sólo por llegar, todo lo íbamos a resolver en el ahora, teníamos la vida por delante y aunque lo mejor era no precipitarse, siempre terminábamos bajo los designios del destino al que no podíamos escapar.

No sé por dónde empezar para que no se me escape nada, aún están en mi mente las gentes, las cosas amontonadas, el recuerdo tienen algo de asfixiante y  también, de cosas comparables a las comida que se enfría por estar más concentrados en una platica estéril; los recuerdos son frases enteras o adjetivos de una pequeña obra casi maestra que aún no se escribe, y sobre la cuál, pasaran cada uno de esos días que transcurren a su lado hasta que se marche o hasta que me abandone; estas palabras son sólo la impaciencia de no poder estar junto a ella, es mi cansancio, mi animadversión a la ferocidad y el egoísmo por el cual es arrancada de mi lado.

Cuando me empiezan a doler los pensamientos, prefiero la cama a cualquier otra cosa incluyendo para la poesía, y al hablar de mi Amiga imaginaria, no puedo hacerlo de otra forma que con  poesía; así que voy a decir todo lo de esta noche, que no fue otra cosa que la poesía, y la poesía era ella: mi Amiga imaginaria. Entretanto, no insistan en que un tipo como yo, de casi quinientos años, duerma apoyando mis palabras en su hombro, en su lastima, para entretener otro poco el tiempo y otro poco la vida. Yo solamente estoy aquí  por mi Amiga imaginaria, no por ustedes.

Al pabellón le sobran escenas como éstas, que Thomas Bernhard ya había dicho cuando se encontró con el primo de Wittgenstein en otro sanatorio: “la cara de la soledad es triste en estos lugares”, no importa que me sonría con la tuya, o con una máscara como la tuya, en estas hojas blancas en que quizá escondan la obra maestra de la locura, que en la noche se improvisa, algo así como una moral, una paciencia y hasta lo que llaman amor; nada podría de todo eso brotar, la tierra esta caliente, ha sido removida por huracanes, ciclones y hay un agujero en la atmosfera, por ahí se mete la radiación que nos va matando la piel poco a poco, como el amor; sobre la vida esta la muerte  y pasa y repasa este mundo con sus pie; se acumulan los restos a la espera de mis adjetivos, obscenos bultos en un mar de papeles, en fin, algo como renunciar a este tipo de viajes.

Me parece llegar a la edad más ingrata, me parece recordar el momento presente: no eres tú la muchacha que conocí hace unos años ni la que se marcha en circunstancias de querer olvidar y que yo prefiero no olvidar. Por el contrario, ¿nunca hicimos el amor? Una y mil veces, se diría, y para el caso es lo mismo: te reemplazaron hasta en eso como una sombra que borrara a otra, ¿y tu virginidad? El colmo del absurdo no te defiende ahora de parecer agotada. En realidad recuerdo que nos despedimos aquí, pero no puedo precisar, en que sueño, o cómo ocurrió la despedida, en qué sentido tus manos me revuelven el pelo y yo arrastro tu equipaje y me insinúas que te regale un abrigo negro, ese con el que te verán caminar por todos los sueños. A los ojos de la gente no distingo mis ojos sino para mirarles desde una especie de ultratumba somos una pareja un poco desafiante y acostumbrada a esto en su Estación Terminal, un blanco y una negra contra la que, en cualquier momento, alguien arroja una sonrisa estúpida y eso es sólo el comienzo de una pedrada con la cual trataran de lapidar tu recuerdo.

Tomo tu cara triste entre mis manos de egoísta consumado, y me vuelvo a enamorar de tus rasgos de santa y demonio. Sueño tanto contigo, los párpados me pesan, pero sueño: soy quién se sienta en la banqueta a esperar un taxi que lo lleve hasta la hora de su juicio, en el que seguramente, se logra juzgar la cordura, o bien ponerse en movimiento y los va exasperando lentamente. Tu última imagen es quizá con el pelo enmarañado, esta también la falta de sentimientos profundos, me encuentro en algo parecido a la pobreza, en cambio, tú no sientes nada, o bien, sientes una despreocupada afinidad, la risa de juntar pedazos de tranquilidad menguada con Criadex y la imbecilidad de tus alumnos, serios candidatos a la  educación de la ignorancia que se profesa en este paisito.

El espejo que se guarda bajo de la almohada es para soñar con quién se quiera, y tu duermes con uno donde ella una vez se reflejo; esas son tus visitas a la que te arrojo en un  vuelo apresurado hasta aquí nuevamente, fue la que te hizo volar, o te mando a hacerlo, ahora estas abandonada, y gracias al espejo le sueñas, esas son tus penas de amor, y qué bueno, por que la que sufre tantas penas de amor  se llena de hijos inexistentes, y son llamados recuerdos no vividos.

Yo, ya no estoy en edad de soportarme en este trance ni los bolsillos vacíos ni la efusión sentimental son cosas de mi agrado, hasta leyendo mis propios versos más o menos románticos bostezo y se me dormiría la mano si tuviera que escribirlos; por lo pronto, me despido de mi amiga imaginaria, y sólo es un hasta luego y es el mejor refrendo para reunirnos mañana, digamos en la madrugada.

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