jueves, 29 de noviembre de 2012


EL COMIENZO
Como comenzar a contar esta historia, donde los principales protagonistas son la desdicha, el desamor, la muerte y la tristeza. Quizá como lo dicen los demás relatos, por el principio:

A esa hora las calles de la ciudad, son una larga contemplación, el color, la luz transpirando a través de los árboles, las plantas contrastan junto a los edificios; a esta hora, todos somos juegos de sombras como el pasado. Polvo de otros días acumulados en la memoria y nada más. El aroma del pavimento caliente parece recién regado. Nubes livianas se proyectan en el cielo como una película en tercera dimensión, pero en colores sepia y como parte de un paisaje apocalíptico; la mañana y las nubes se deslizan casi a ras del suelo como una promesa de frescura y renovación; sin embargo, rara vez traen lluvia. Sobre ese fondo se proyectan tristes colores ocres,  pero sin perder el sepia, tonalidades rojas y verdes polvorientos, malva pastel y un carmesí profundo y diluido. En estos días la humedad del verano da un leve toque de ebriedad al aire. "Todo parece estar hecho de chicle" como dice el Maestro  López, mi amigo pintor que ve a este mundo como realmente es: horroroso.

Luego, viene el aire seco, vibrante, cargado de áspera estática, inflama el cuerpo bajo la ropa liviana. Todos parecemos sólo trozos de carne, embutidos en ropas que más parecen ya garras para una venta de barata. La carne despierta, siente los barrotes de su prisión. Apenas comienza el amanecer, puede ser cualquier día de la semana, al fin que aquí todos parecen iguales, apenas va amaneciendo y ya hay una prostituta ebria de soledad caminando por una calle cerca del templo del Carmen – en este país jodido y engañado por los políticos, uno busca la manera de sobrevivir muy temprano –, no queda esperanza, ella va regando fragmentos de una canción tonta como si fueran pétalos de una flor; una canción bonita diría ella; y es que ella, no sabe nada de lo que "los intelectuales" llaman estética, no sabe de poesía o de filosofía, ni tenía porque saberlo. ¿Es aquí donde he encontrado los acordes seductores de esa música sublime que me impulsan a entregarme para siempre a la ciudad? Arde ante cada historia que le sirve de combustible a sus caprichos, aquí todos son dueños de todas las historias, uno llega un día, cuenta su desastre y se marcha; nada permanece, mañana "un ente" la contara como si fuera de él.

hacia la tarde-noche los jóvenes, y otros no tanto iniciaran la caza de una desnudez cómplice en esos pequeños bares y cafés de nombres surrealistas, como El Limbo, El Cactux o Las Rosas, la cantina más grande de la ciudad, una plaza pública donde suelen ocurrir los encuentros y desencuentros más extraños, a los que se suele concurrir para conocer la ciudad; las muchachas y los muchachos, nerviosos, juegan al amor bajo las lámpara y bajo la mirada de las estatuas y los maniquíes de los aparadores. Aquí, a los pocos seres humanos que quedan les cuesta respirar y en cada beso reconocen el gusto de la soledad viva.

He venido a reconstruir piedra por piedra esta ciudad en mi mente, estas provincias melancólicas llenas de "ruinas sombrías" y de su vida. El estrépito de los autos estremeciéndose en sus venas metálicas mientras la transitan. Los aromas y  los olores rancios aun mundo viejo son constantes. Allí nos encontrábamos a menudo mi amiga imaginaria y yo. En primavera y verano, había un tenderete abigarrado de entes extraños y ahí era donde a ella y a mi nos gustaba paladear el sabor de la cerveza al empezar la excursión antropológica. Naturalmente, llegaba siempre un poco tarde, de vuelta quizá de su trabajo en la librería del judío o una cita oscura en la que yo trataba de no pensar.


Tan frescas, tan jóvenes eran sus palabras - y deben de serlo ahora que anda por el sur -, pétalos abiertos en su boca que caía sobre mi pensamiento para saciar la sed del verano. Quizás la mujer que le  había robado "el ser" rondaba aún en su memoria, quizá persistía aún en ella el polen de sus besos. Pero eso importaba muy poco, ahora que sentía el leve peso de su cuerpo apoyando su brazo en el mío, sonriendo con la sinceridad generosa de los que han renunciado a todo secreto. Era bueno estar ahí, un poco tímidos, respirando agitadamente porque sabíamos lo que a cada uno esperaba del otro: nada, solo el complicado amor de la amistad. Los mensajes se transmitían prescindiendo de la conciencia, por la pulpa de los labios, por los ojos; yo sabía que nunca obtendría nada, sólo eso, contemplarla y escucharla y así era feliz. Permanecer allí alegremente, bebiendo la tarde-noche del verano, y una ciudad profundamente olorosa a cerveza y a viejo, como si fuera parte del paisaje. Así comienza el relato de su regreso, y así comienzan las historias de otras historias aunadas a la nuestra que les relataré más tarde.

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