LA CIUDAD
Aquí no hay otra cosa que nostalgia, la
tristeza convertida en luz, la tarde o el reflejo de lo que es la vida, lo triste,
la escritura pausada, el espacio en el infinito tiempo en el que no se encuentro
nada, excepto soledad. El aire transita pesado, entra por la nariz, pasa por
las cavidades torácicas con un dejo de lastima, llega a los pulmones, lo expiro
lentamente en ráfagas excitantes: son los finales de julio. El verano se siente
como una broma gigante que ya comienza a alejarse, la cercanía del otoño se convierten en una
sospecha. en otra broma de la vida que apenas comienza. El cielo es nacarado,
nublado, a ratos lluvioso, un juego entre lo surreal de la vida en esta ciudad
y la calidez del pensamiento, único refugio en el que me siento seguro del
destino y lejos de la realidad monstruosa. El crepúsculo tiene una belleza
insospechada para el arte, pero es efímero, como todo, siempre termina dando
paso a la oscuridad, esa otra broma del destino en la que suele refugiarse el
azar y todas sus maldiciones llamada noche. Hay grillos en los rincones
umbrosos que ya comienzan a cantar; ahora el viento esta penetrando en las
ruinas de la ciudad, va inventando otras ruinas, otra ciudad escondida dentro
de ésta.
Me he
ocultado en esta ciudad con algunos libros y mi hijo. No sé por qué empleo la
palabra "ocultar", cuando estoy a la vista de todos. Todos, son los
habitantes de estas ruinas, dicen bromeando que sólo un ido de la mente puede
elegir una ciudad como ésta, para restablecerse. Bueno, digamos, si se
prefiere, que sigo aquí para curarme de mi pasado.
De noche,
cuando el viento grita y mi hijo duerme apaciblemente en su cama, o en el
sillón de la sala, enciendo una lámpara y doy vueltas en la habitación
pensando en mis amigos, en el pasado. Retrocedo paso a paso en los laberintos
de la memoria, del recuerdo, para llegar a la ciudad donde viví un lapso tan
breve, un siglo nunca será mucho tiempo dentro del infinito, la ciudad que se
sirvió de nosotros como si fuéramos su lama, nos envolvió en conflictos que
eran suyos y creíamos equivocadamente nuestros.
¡He tenido
que quedarme aquí para comprenderlo todo! En este desolado paisaje que eructa
desastre y arranca noche a noche de las tinieblas las palabras, lejos del polvo
calcinado y acumulado; ahora, en este cuaderno sobre aquellas tardes, veo al
fin que ninguno de nosotros puede ser juzgado por lo que ocurrió entonces ni
por lo que sucederá mañana. La ciudad es la que debería ser juzgada, condenada
a muerte y no nosotros; pero somos sus hijos, y quienes debemos pagar el
precio.
En esencia,
¿qué es la ciudad? ¿Qué resume su palabra? Evoco en seguida innumerables calles
donde se arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y los mendigos, de los
delincuentes y de los políticos y entre esas especies, quedamos nosotros, todos
aquellos que somos las víctimas y llevamos una vida inexistente.
No cabe
duda, todavía hay quien habla de las ciudades como del paisaje de una postal.
En ella no sucede nada todo transcurre en calma. Más yo pienso en una ciudad
pobre, en calles inventadas por muros, simulando avenidas por donde transita la
soledad y hombres silenciosos bajo el manto de su hambre, de su silenciosa
muerte. Aquella sombra, junto al crepúsculo del páramo es la luz de la memoria
que aún no se atreve a desnudarse. El olvido sí, es quien inventa la memoria
que ya no nos pertenece, ni a esta ciudad habitada por los muertos ni a los
sueños de los sueños de nuestros abuelos. Presencias súbitas con las que la luz
de las palabras nos dicen que ya no existimos que sólo ellas recuerdan e
inventan la ciudad. Ya no hay memoria que guarde entera la ciudad, no hay
imágenes, sólo palabras, piedra, luz, polvo.
La idea era comentar… pero a ver, hay un problema tácito que usted sabrá disculpar mi estimado Marco: ¿Cómo comentar lo inasible? Pues bien, la disculpa la transfiero a este punto y lo desarrollo:
ResponderEliminarCuando leí su historia poética me quedé con una imagen concreta en contraposición al lenguaje usado: un hombre de espaldas con una maleta, vacía, no sé cómo lo sé, pero vacía. Y sobretodo tremendamente solo; aunque mencione al hijo me resulta de una soledad absoluta, casi como dice el mismo escrito: la soledad en una ciudad llena (en estos momentos escribo como más me gusta o como sólo sé hacerlo: de memoria, sin la contaminación académica de la segunda lectura, que considero debe ser posterior a este escrito). Bueno, estamos: una soledad completa, palpable, ante un paisaje indefinido pero abismal y sólido y una maleta vacía. Si quieres le ponemos un sombrero para hacer absoluta la identidad del personaje: todos los solitarios, todos nosotros.
En fin, su historia mi estimado amigo es una lluvia de imágenes concretas en un lenguaje poético, es un gran oxímoron para mí como lector y gran oxímoron como arte logrado. No es adular en sí, es mi percepción de lector empedernido.
Me toca ser concreto: la estructura y el lenguaje es impecable, pero qué más podría esperar de usted, la historia es enigmática y me deja con dudas, pero de las buenas, los que son pies de historias que continúan en el lector a lo largo del día, cosa que me sucedió hoy. ¿Qué más puedo decirle? Fácil: ¡siga escribiendo así!
Gracias por la lectura mi estimado Marco.
P.S. Fui breve porque los medios electrónicos lo exigen así, eso creo…
En cierta manera te entiendo, esa ciudad atestada de ruidos da paso a los más grandes silencios, los propios, donde ocurren entonces las multitudes de historias que nos conjugan.
ResponderEliminarAquí le encuentro un lugar más apropiado a tu texto, una especie de rinconcito apartado del movimiento inclemente de facebook, me encanta tu blog, voy a poner un enlace en el mío para que vengan más lectores.
Saludos!