miércoles, 21 de noviembre de 2012


LA CIUDAD

Aquí no hay otra cosa que nostalgia, la tristeza convertida en luz, la tarde o el reflejo de lo que es la vida, lo triste, la escritura pausada, el espacio en el infinito tiempo en el que no se encuentro nada, excepto soledad. El aire transita pesado, entra por la nariz, pasa por las cavidades torácicas con un dejo de lastima, llega a los pulmones, lo expiro lentamente en ráfagas excitantes: son los finales de julio. El verano se siente como una broma gigante que ya comienza a alejarse,  la cercanía del otoño se convierten en una sospecha. en otra broma de la vida que apenas comienza. El cielo es nacarado, nublado, a ratos lluvioso, un juego entre lo surreal de la vida en esta ciudad y la calidez del pensamiento, único refugio en el que me siento seguro del destino y lejos de la realidad monstruosa. El crepúsculo tiene una belleza insospechada para el arte, pero es efímero, como todo, siempre termina dando paso a la oscuridad, esa otra broma del destino en la que suele refugiarse el azar y todas sus maldiciones llamada noche. Hay grillos en los rincones umbrosos que ya comienzan a cantar; ahora el viento esta penetrando en las ruinas de la ciudad, va inventando otras ruinas, otra ciudad escondida dentro de ésta.

Me he ocultado en esta ciudad con algunos libros y mi hijo. No sé por qué empleo la palabra "ocultar", cuando estoy a la vista de todos. Todos, son los habitantes de estas ruinas, dicen bromeando que sólo un ido de la mente puede elegir una ciudad como ésta, para restablecerse. Bueno, digamos, si se prefiere, que sigo aquí para curarme de mi pasado.

De noche, cuando el viento grita y mi hijo duerme apa­ciblemente en su cama, o en el sillón de la sala, enciendo una lámpara y doy vueltas en la habita­ción pensando en mis amigos, en el pasado. Retrocedo paso a paso en los laberintos de la memoria, del recuerdo, para llegar a la ciudad donde viví un lapso tan breve, un siglo nunca será mucho tiempo dentro del infinito, la ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su lama, nos envolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestros.

¡He tenido que quedarme aquí para comprenderlo todo! En este desolado paisaje que eructa desastre y arranca noche a noche de las tinieblas las palabras, lejos del polvo calcinado y acumulado; ahora, en este cuaderno sobre aquellas tardes, veo al fin que ninguno de nosotros puede ser juzgado por lo que ocurrió entonces ni por lo que sucederá mañana. La ciudad es la que debería ser juzgada, condenada a muerte y no nosotros; pero somos sus hijos, y quienes debemos pagar el precio.

En esencia, ¿qué es la ciudad? ¿Qué resume su palabra? Evoco en seguida innumerables calles donde se arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y los mendigos, de los delincuentes y de los políticos y entre esas especies, quedamos nosotros, todos aquellos que somos las víctimas y lle­vamos una vida inexistente.

No cabe duda, todavía hay quien habla de las ciudades como del paisaje de una postal. En ella no sucede nada todo transcurre en calma. Más yo pienso en una ciudad pobre, en calles inventadas por muros, simulando avenidas por donde transita la soledad y hombres silenciosos bajo el manto de su hambre, de su silenciosa muerte. Aquella sombra, junto al crepúsculo del páramo es la luz de la memoria que aún no se atreve a desnudarse. El olvido sí, es quien inventa la memoria que ya no nos pertenece, ni a esta ciudad habitada por los muertos ni a los sueños de los sueños de nuestros abuelos. Presencias súbitas con las que la luz de las palabras nos dicen que ya no existimos que sólo ellas recuerdan e inventan la ciudad. Ya no hay memoria que guarde entera la ciudad, no hay imágenes, sólo palabras, piedra, luz, polvo.

2 comentarios:

  1. La idea era comentar… pero a ver, hay un problema tácito que usted sabrá disculpar mi estimado Marco: ¿Cómo comentar lo inasible? Pues bien, la disculpa la transfiero a este punto y lo desarrollo:

    Cuando leí su historia poética me quedé con una imagen concreta en contraposición al lenguaje usado: un hombre de espaldas con una maleta, vacía, no sé cómo lo sé, pero vacía. Y sobretodo tremendamente solo; aunque mencione al hijo me resulta de una soledad absoluta, casi como dice el mismo escrito: la soledad en una ciudad llena (en estos momentos escribo como más me gusta o como sólo sé hacerlo: de memoria, sin la contaminación académica de la segunda lectura, que considero debe ser posterior a este escrito). Bueno, estamos: una soledad completa, palpable, ante un paisaje indefinido pero abismal y sólido y una maleta vacía. Si quieres le ponemos un sombrero para hacer absoluta la identidad del personaje: todos los solitarios, todos nosotros.

    En fin, su historia mi estimado amigo es una lluvia de imágenes concretas en un lenguaje poético, es un gran oxímoron para mí como lector y gran oxímoron como arte logrado. No es adular en sí, es mi percepción de lector empedernido.

    Me toca ser concreto: la estructura y el lenguaje es impecable, pero qué más podría esperar de usted, la historia es enigmática y me deja con dudas, pero de las buenas, los que son pies de historias que continúan en el lector a lo largo del día, cosa que me sucedió hoy. ¿Qué más puedo decirle? Fácil: ¡siga escribiendo así!

    Gracias por la lectura mi estimado Marco.
    P.S. Fui breve porque los medios electrónicos lo exigen así, eso creo…

    ResponderEliminar
  2. En cierta manera te entiendo, esa ciudad atestada de ruidos da paso a los más grandes silencios, los propios, donde ocurren entonces las multitudes de historias que nos conjugan.

    Aquí le encuentro un lugar más apropiado a tu texto, una especie de rinconcito apartado del movimiento inclemente de facebook, me encanta tu blog, voy a poner un enlace en el mío para que vengan más lectores.

    Saludos!

    ResponderEliminar