sábado, 29 de diciembre de 2012


LA HORA DEL DIABLO      










" Las mujeres son putas asesinas, (…), son monos ateridos
de frío que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo,
son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando,
indagando las palabras que nunca podrán decir.
En el equívoco vivimos y planeamos nuestros ciclos de vida. "
Roberto Bolaño

Tres de la mañana. Él camina por una de las calles cercanas a los bares y centros nocturnos, recuerda con cariño las palabras de su padre y su encomienda para continuar con la tradición de la familia hacia las mujeres. En su mente, también navegan los pensamientos para buscar ser ese equilibrio que nos mantenga como una buena sociedad. Ve ir y venir a los transeúntes, les ve entrar y salir delos negocios a donde van hombres y mujeres a bailar y divertirse. En esta ciudad no hay otra cosa que hacer, sólo trabajar, trabajar y luego divertirse. Divertirse, no es otra cosa que beber cerveza o algo que contenga alcohol para marear el aburrimiento, quizá, ir a bailar con amigas y amigos. ¿Amigos? En la edad del mundo, en la que transcurre nuestras vidas – primera década del siglo XXI–, decir amigos es imposible, más bien, deberíamos decir: conocidos; todo se maneja por un cierto interés creado, nadie esta con nadie, ni siquiera transitoriamente, de no ser por un interés. En las calles a estas horas, casi no hay gente, una que otra pareja ya ebria, borrachos a los cuales quitarles el dinero fácilmente, mujeres lastimadas, solas, mujeres para ayudarles y hacerlas sentir mejor, para aliviar su soledad y sus vidas.

Él, acaricia su arma, ella le hace sentir seguro, casi un dios en esas calles infestadas de malas personas. Ruido de pasos, figuras vestidas de algarabía y pasión en las calles casi vacías. Los bares se llenan y se vacían buscando limpiar los pulmones llenos de aroma a cigarro y hedor a cerveza, en las calles de la ciudad a estas horas no hay otra cosa que hacer: sólo vigilarlas. Los rayos pálidos de las luces de esa hora no puede ser otra que la hora del diablo, alargadas por las sombras y las escasas figuras en esos momentos del miedo; la luz son las sombras, son los autos que circulan presurosos por los antros, bares y tugurios. Sombras de encandiladas criaturas nocturnas, entes con disfraz de seres humanos como papeles dispersos, se encaraman para recibir en sus alas los últimos resplandores de la noche que comienza a terminar. Tintineo del escaso dinero para comprar una última cerveza en los mostradores de los burdeles.
Tres de la mañana. Esta es la hora más difícil de soportar, cuando se ve pasar hacia el centro de la ciudad, con un paso lento de tacones cansados por el baile, figuras medio dormidas y ebrias. A esta hora, uno puede ver a mujeres solas, así como a otras calamidades de la vida y la preferencia sexual, esos que describía un poeta como: “…aquellos que sueñan ser mujeres y nunca lo serán…”.

Las tres de la mañana, la ciudad se mueve como una mujer cansada, vieja y echa un vistazo a su alrede­dor. Por un momento abandona a los tristes y a los solitarios, a los abandonados del amor; a los desgarrados de su carne; otros, avanzan por una callejuela escondida, es casi como un pasillo al matadero, dominando los mugidos y balidos del ganado nocturno, llega entrecortada la melodía nasal de alguna cumbia o alguna otra “música de moda”. Ahora, hombres y mujeres están a punto de la última embestida, cansados por la tensión sexual abren los cerraduras de los autos y avanzan ofuscados en la luz pálida y caliente; flores artificiales, descoloridas de las noches de angustia, agitadas en sucios ca­mastros bajo la venda de los sueños. Yo he llegado a ser uno de esos pobres empleados de la conciencia, Él es un ciudadano que cuida la moral y la conciencia de Morelia, vigila expectante. Ella, es una muchacha, linda, ebria, pasa sola junto a Él sonriendo a alguna insatisfacción íntima, titilando suavemente sus mejillas pálidas. Una sonrisa que probable­mente no volverá a dibujarse en sus labios carnosos. Él la aborda: – Una mujer tan bella no debería caminar a solas por estas calles, son peligrosas. – permítame acompañarle, no tema, soy policía, y le muestra la placa. La chica se siente segura, y sonríe amablemente; pues cuando está en una compañía como esas, las personas inocentes sólo se limitan a sonreír, mostrando sus tristes labios. Pero esa será su última sonrisa triste y furtiva, siente en su vientre una fría y a la vez cálida hoja, es la navaja de Él en su vientre, el líquido caliente y rojo corre hasta llegar a su sexo y de ahí a sus piernas; su quejido es apagado por la mano del oscuro ángel. Ve el gesto de sus labios y su  mirada, tienen una calidad que no se hubie­ra sospechado en ella; en Él hay una cierta capacidad de travesura. Él, hu­biera podido pensar que sería algo más trágica la muerte por la naturaleza de la chica, pero piensa que sólo le faltaba el sentido corriente del humor, es simplemente una ayuda para una mejor existencia. Pero el re­cuerdo obstinado de esa sonrisa en su mente no le hace dudar ahora, ni por un instante. Él sube el cadáver de la mujer al auto, cierra la chamarra de ella para ocultar la herida aún sangrante y conduce tranquilamente hacía las orillas dela ciudad. Piensa: "Las mujeres son putas asesinas, son monos ateridos de frío que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo, son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando las palabras que nunca podrán decir. En el equívoco vivimos y planeamos nuestros ciclos de vida". Ya lo decía mi padre.

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