LA HORA DEL DIABLO
de
frío que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo,
son
princesas que te buscan en la oscuridad, llorando,
indagando
las palabras que nunca podrán decir.
En
el equívoco vivimos y planeamos nuestros ciclos de vida. "
Roberto
Bolaño
Tres de la mañana. Él camina
por una de las calles cercanas a los bares y centros nocturnos, recuerda con
cariño las palabras de su padre y su encomienda para continuar con la tradición
de la familia hacia las mujeres. En su mente, también navegan los pensamientos
para buscar ser ese equilibrio que nos mantenga como una buena sociedad. Ve ir
y venir a los transeúntes, les ve entrar y salir delos negocios a donde van
hombres y mujeres a bailar y divertirse. En esta ciudad no hay otra cosa que
hacer, sólo trabajar, trabajar y luego divertirse. Divertirse, no es otra cosa
que beber cerveza o algo que contenga alcohol para marear el aburrimiento,
quizá, ir a bailar con amigas y amigos. ¿Amigos? En la edad del mundo, en la
que transcurre nuestras vidas – primera década del siglo XXI–, decir amigos es
imposible, más bien, deberíamos decir: conocidos; todo se maneja por un cierto
interés creado, nadie esta con nadie, ni siquiera transitoriamente, de no ser
por un interés. En las calles a estas horas, casi no hay gente, una que otra
pareja ya ebria, borrachos a los cuales quitarles el dinero fácilmente, mujeres
lastimadas, solas, mujeres para ayudarles y hacerlas sentir mejor, para aliviar
su soledad y sus vidas.
Él, acaricia su arma, ella le
hace sentir seguro, casi un dios en esas calles infestadas de malas personas.
Ruido de pasos, figuras vestidas de algarabía y pasión en las calles casi
vacías. Los bares se llenan y se vacían buscando limpiar los pulmones llenos de
aroma a cigarro y hedor a cerveza, en las calles de la ciudad a estas horas no
hay otra cosa que hacer: sólo vigilarlas. Los rayos pálidos de las luces de esa
hora no puede ser otra que la hora del diablo, alargadas por las sombras y las
escasas figuras en esos momentos del miedo; la luz son las sombras, son los
autos que circulan presurosos por los antros, bares y tugurios. Sombras de
encandiladas criaturas nocturnas, entes con disfraz de seres humanos como
papeles dispersos, se encaraman para recibir en sus alas los últimos
resplandores de la noche que comienza a terminar. Tintineo del escaso dinero
para comprar una última cerveza en los mostradores de los burdeles.
Tres de la mañana. Esta es la
hora más difícil de soportar, cuando se ve pasar hacia el centro de la ciudad,
con un paso lento de tacones cansados por el baile, figuras medio dormidas y
ebrias. A esta hora, uno puede ver a mujeres solas, así como a otras
calamidades de la vida y la preferencia sexual, esos que describía un poeta
como: “…aquellos que sueñan ser mujeres y nunca lo serán…”.
Las tres de la mañana, la
ciudad se mueve como una mujer cansada, vieja y echa un vistazo a su alrededor.
Por un momento abandona a los tristes y a los solitarios, a los abandonados del
amor; a los desgarrados de su carne; otros, avanzan por una callejuela
escondida, es casi como un pasillo al matadero, dominando los mugidos y balidos
del ganado nocturno, llega entrecortada la melodía nasal de alguna cumbia o
alguna otra “música de moda”. Ahora, hombres y mujeres están a punto de la
última embestida, cansados por la tensión sexual abren los cerraduras de los
autos y avanzan ofuscados en la luz pálida y caliente; flores artificiales,
descoloridas de las noches de angustia, agitadas en sucios camastros bajo la
venda de los sueños. Yo he llegado a ser uno de esos pobres empleados de la
conciencia, Él es un ciudadano que cuida la moral y la conciencia de Morelia,
vigila expectante. Ella, es una muchacha, linda, ebria, pasa sola junto a Él
sonriendo a alguna insatisfacción íntima, titilando suavemente sus mejillas
pálidas. Una sonrisa que probablemente no volverá a dibujarse en sus labios
carnosos. Él la aborda: – Una mujer tan bella no debería caminar a solas por
estas calles, son peligrosas. – permítame acompañarle, no tema, soy policía, y
le muestra la placa. La chica se siente segura, y sonríe amablemente; pues
cuando está en una compañía como esas, las personas inocentes sólo se limitan a
sonreír, mostrando sus tristes labios. Pero esa será su última sonrisa triste y
furtiva, siente en su vientre una fría y a la vez cálida hoja, es la navaja de
Él en su vientre, el líquido caliente y rojo corre hasta llegar a su sexo y de
ahí a sus piernas; su quejido es apagado por la mano del oscuro ángel. Ve el
gesto de sus labios y su mirada, tienen
una calidad que no se hubiera sospechado en ella; en Él hay una cierta
capacidad de travesura. Él, hubiera podido pensar que sería algo más trágica
la muerte por la naturaleza de la chica, pero piensa que sólo le faltaba el
sentido corriente del humor, es simplemente una ayuda para una mejor
existencia. Pero el recuerdo obstinado de esa sonrisa en su mente no le hace
dudar ahora, ni por un instante. Él sube el cadáver de la mujer al auto, cierra
la chamarra de ella para ocultar la herida aún sangrante y conduce
tranquilamente hacía las orillas dela ciudad. Piensa: "Las mujeres son
putas asesinas, son monos ateridos de frío que contemplan el horizonte desde un
árbol enfermo, son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando
las palabras que nunca podrán decir. En el equívoco vivimos y planeamos
nuestros ciclos de vida". Ya lo decía mi padre.
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