MI AMIGA
IMAGINARÍA O ALEJANDRA
Jack Vettriano© – Dancer For Money |
Comienza la historia, no dejó de pensarle un
instante, un momento, comienzo a escribir estas palabras, justo ahora cuando
ella no esta, hacía días que no recordaba lo que era extrañarla tanto. Mi amiga imaginaría es un país, es una mujer que vuela, va del
territorio del sueño al de la vigilia igual que lo hiciera Alejandra, ambas van perdiendo países; pero también van de un país
a otro como si se tratará del mismo sueño, igual que Alejandra mi amiga
imaginaria se refugia en el sur. La última vez que les vi, habían vuelto al
país que tanto odian, al lugar de la violencia y lo surreal con la intención de
estar en las fiestas de navidad; (cómo si todavía hubiese que festejar), estas
parecen más la firma del armisticio de paz que cada año celebran durante los
tiempos de guerra. Aquí hay una guerra, no la pedimos pero vivimos en ella, aquí
celebramos las fechas de la hipocresía y el consumo, porque eso parecen más
bien, fechas para el consumo y el hacernos que todo esta bien, que las noches
son hermosas, aquí no pasa nada, todo transcurre con calma como lo dijera el
espurio, el ex-presidente dela re-pública.
Mi amiga imaginaría
no
soporta estar mucho tiempo en La ciudad,
mejor regresa Al puerto, de donde
dice que es ahora; ahí, cada fin de año, las familias se reúnen para reconocer
el aroma de la pólvora –como dice Vila-Matas–, celebrar las navidades es estar
con su compañera, esa otra mujer, - dice ella -, que vuela y le hacía volar
también.
Cuando regresó, tan de prisa a La ciudad, ya había una mirada diferente
en sus ojos, fue directamente a su cuarto y durmió. En la tarde-noche le
insistí para que comiera algo y lo hicimos juntos. Ella me advirtió que tenía
que ver la luna. Era bellísima, por un momento me sentí Borges, pero no quise
ser él, ya que terminaría regalársela, siento que tratar de emular una acción como
la de él, copiando un argumento tan poético, era como ser él mismo Jorge Luis y
desisto, porque ella no es María Kodama, ni la luna era la misma que había
visto el primer Adán; y tampoco, afortunadamente, diría el argentino casi
ciego: yo era Borges, y esto que fortuna. Mi
amiga imaginaría tiene un gran parecido con Alejandra Pizarnik, no tanto en cuanto a la locura, pero si un poco
en cuanto a ella, son tan parecidas. Ambas pierden un poco de su pasado cada
día, ambas se refugian en los medicamentos, ambas están tristes: La jaula se les ha vuelto un pájaro y no
saben que hacer con el miedo.
Mi amiga imaginaría
y Alejandra son un país, un continente, un mundo, el mío. Matices del paisaje: del azul al
naranja y al crepúsculo, de ahí, al verdoso color de la descomposición del día;
demasiado calor, casi cuarenta grados centígrados, horizonte escabroso, nubes
lejanas y sin lluvia, suelo calcinante pero no es el desierto, hay sombras opacas
y reflejos violentos. El polvo es grisáceo y pegajoso en las calles; dentro de
casa, es un polvo fino que no termina de caer nunca. Hay tumbas de niños
inocentes flotando en el ambiente, y hay tumbas de mujeres, la mayoría
inocentes, que ni siquiera han sido enterradas que se han extraviado en el
camino de regreso de la muerte, o siguen deambulando por países extranjeros.
Los sueños parecen virar al espejo y los muros
de la cantera cuando el sol declina en las antiguas calles. La espera es
cansada en estos días, soy una calamidad, un olvido del destino. Mis enormes
fallas están grabadas en estas páginas como en la arena, son una especie de filigrana
todas las grafías dibujadas que trazan el aire grueso y pesado; el tiempo
también es grisáceo verde y desembocan en el metal oxidado de la historia, hay
solamente una luz y es del color de la ciruela oscura, húmeda, palpitante, es
como un ángel oscuro de alas pegajosas. La vida ha muerto entre sus columnas
desmoronadas y las calles de esta ciudad, los seres humanos han desaparecido,
sólo quedan los hombres y mujeres bajo este cielo caliente.
No hay primavera en La ciudad, solamente hay otoño he invierno y siempre están inmersos
en un calor aterido, no hay sensación de rejuvenecimiento ni renovación en las
cosas. Se sale bruscamente del invierno para caer en la efigie de cera de un
otoño demasiado caliente e irrespirable. Pero aquí por lo menos, las bocanadas
de la vida nos salvan del peso
inmutable de la nada del otoño, trepan por encima de la barra, entre las bancas
de los parques, agitan los escasos árboles que han sobrevivido a estos días
apocalípticos.
La ciudad ha sido
construida a medias e imaginada por otros hombres ya olvidados en algún
instante del tiempo, sin embargo, es absolutamente real, empieza y termina en
nosotros, tiene sus raíces plantadas en nuestra memoria. ¿Por qué debo volver a
ella noche tras noche, escribiendo junto al fuego del infierno y mientras el
viento del occidente se aferra a esta ciudad, la aprieta y luego la suelta,
doblando los árboles como arcos. ¿No he dicho ya bastante de La ciudad? ¿Me
dejaré contaminar otra vez por los sueños de La ciudad y el recuerdo de sus habitantes? ¡Esos sueños que creí
cerrados bajo llave en el papel, confinados en las cámaras blindadas de la memoria!
Se diría que me complazco en mi desdicha. Pero no es así. Un solo factor casual
ha cambiado todo, me ha obligado a volver sobre mis pasos. La memoria,
echándose un vistazo en el espejo. Mi amiga imaginaría y Alejandra son una ciudad, un país, un
continente, un mundo, el mío.
Has implementado el sentido del humor, tirándole un poco al sarcasmo y eso, mueve más que cualquier hecho circunstancial.
ResponderEliminarTus descripciones y cierto grado de lirismo en tu prosa, siguen siendo exquisitos. Y la inclusión de diálogos le da una textura maravillosa a los textos, sobre todo tratándose de relatos en monólogo.
Un abrazo